Sin embargo, no eran estos finales del siglo XVIII, una época que particularmente favoreciera los objetivos de las Hermandades y Cofradías: en primer lugar, por las dificultades administrativas y judiciales que el poder político, siempre receloso del eclesiástico, estaba sometiendo a éstas; en segundo lugar, porque la crisis económica que vivía el país, con la pérdida de facto del monopolio del comercio americano provocaba una recesión que sin duda alguna se notaba en todos los campos y especialmente en las Hermandades, cuyas riquezas no se incrementaban como antaño, merced a donaciones y limosnas.
Pero hay un hecho principal que afecta a estas Corporaciones, y es el cambio de mentalidad, de una sociedad anclada en los esquemas de la modernidad, a una precontemporánea, donde las ideas de la Revolución, primero americana, y precisamente en estas fechas, la más cercana de Francia y con sus consecuencias, abren un abismo en las ideas y fuerzan a las Hermandades a adaptarse a estos nuevos tiempos llamados de las luces, donde más que la Fe o la creencia, se valora la experimentación.
Es en este ambiente donde se estabiliza jurídicamente nuestra Corporación, y en este ambiente donde van a tener lugar sus primeras dificultades.
La primera señal de éstas, se produce en la falta de asistencia de los hermanos al Rosario; no era la única que la tenía, sino que es una tendencia que como bien ha estudiado el doctor Romero Mensaque, se produce en esta época en toda la ciudad. Para contrarrestarla, se nombran en 1799 “meseros”, es decir, encargados de la organización del Rosario por meses, y responsables de la asistencia de los hermanos a este acto. Medida que tampoco resolvería el problema, pues esta falta de asistencia no era sino el reflejo de un cúmulo de circunstancias, como hemos visto no exclusivas de la Hermandad.
Así, ya en 1799, el Real Consejo solicita de nuevo a la Hermandad las Reglas para juzgar si conviene agregar sus fondos a los de otra Corporación; en 1800, la Institución se ve afectada por la epidemia que asola la ciudad y la sume en una completa decadencia que se tratará de paliar en el Cabildo de 1803 al que asisten treinta y cinco hermanos, cifra elevada por aquel entonces, y en el que a fin de remediar la situación se reforman las cuotas de los hermanos y se acuerda no asistir con nada a los que fallecieren, volviendo a regularse esta circunstancia en 1804.
Hay que señalar en orden a los Cultos, que ya desde 1793, se celebraba la Novena a la Inmaculada Concepción, y no sólo Función como precavían las Reglas.