Dentro del barrio, o a sus espaldas, si se prefiere, una de las puertas, si no más grande, sí más importante de la ciudad. Por ella entraron a lo largo de su historia gran parte de las riquezas que conformaron un Imperio, y por ella se aprovisionó Sevilla de una importante suma de almojarifazgos y gavelas que engrosaron las arcas de la que fue capital del mundo durante los siglos XV al XVII.
Específicamente encargada tras la reconquista, de recaudar la alcavala del aceite que proveniente del Aljarafe entraba en la ciudad, fue incrementando su importancia con el aumento del tráfico portuario, y por supuesto con las necesidades de una población que experimentará a lo largo de la Edad Moderna un aumento vertiginoso, provocado sobre todo por la llegada de inmigrantes provenientes de la misma Península y del extranjero.
La puerta tiene forma de arco, y debió contar con dos hojas de madera cuyos goznes, que aún se conservan, se encontraban a mayor altura que la del viario, sobre dos poyos. A ambos lados del arco y una vez pasado éste, dos dependencias, minúsculas, debieron servir a los diputados de la ciudad para establecer su puesto de control y fiscalización de las mercancías que entraran en la ciudad. Aún se conservan los de piedra que servían para detener las aguas del Guadalquivir crecido, insertando entre ellas grandes tablones de madera que se impermeabilizaban con estopa y pez.
Rematando el arco por su parte interior, un retablo en piedra realizado en 1573 con motivo de la reforma efectuada por el entonces Asistente y Conde de Barajas, con el escudo de la ciudad y una inscripción que dice: “Siendo asistente de esta Ciudad el Ilustrísimo Señor Don Francisco Capataz de Cisneros, Conde de Barajas, Mayordomo de la Reina, Nuestra Señora, se reedificó esta puerta por mandato de los Ilustrísimos Señores